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Ilustración: Manuel Tudela
Con gran sorpresa miró que los granos y la chala de aquel pequeño maíz formaban el rostro, cabello y túnica de una niña que parecía tener la misma edad que él. Emil pensó que aquella visión era producto de su imaginación, pero una lágrima cristalina resbaló por la mejilla de aquella niña triste.
¿Puedo ayudarte? –le preguntó un poco incrédulo.
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¿Qué pasa? –le preguntó Emil amistosamente.
La niña lo miró sin miedo, como si lo hubiera estado esperando.
-Este año no ha llovido por aquí y el maíz se ha secado –le dijo entre sollozos.
- También la nuestra -dijo la niña. Es el alimento diario aquí en tierra Maya.
Emil abrió sus ojos sorprendido. –¿Maya dijiste? ¿Dónde estoy? ¿Cómo te llamas?
Se le arremolinaron las preguntas…
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Emil sintió que una corriente eléctrica le recorría todo su cuerpo. Él había estudiado sobre los Mayas en colegio y sabía que el maíz fue una planta de Mesoamérica.
También había soñado con sus pirámides y con los bellos rostros alargados de sus habitantes, adornados con penachos de plumas.
En esa pausa pensativa se dio cuenta que él había hablado castellano y la niña en mayaquiché y se habían entendido perfectamente, porque los niños tienen el don de la amistad que los hace universales.
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A mí me dicen Emil de la selva, dijo el pequeño muy entusiasmado, y he librado muchas batallas contra fieras y reptiles y una aventura como esta ha sido vaticinada en los oráculos mayas.
Como si sus cortos ocho años cabrían a cabalidad en aquel gran destino, cogió una vara que la atravesó como arma en su cinto y, escoltando a la que había nombrado como su princesita maya, empezó a caminar a paso firme por la senda de aquella insólita aventura.
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Apresurado despertó a Yalit quien también asombrada se puso a jugar con tan inesperada visita. Pasaron las horas nocturnas jugando con aquel cachorro de ojos de luna.
Al amanecer cuando los niños habían caído rendidos entregados a un profundo sueño, el jaguar salió de la carpa sigilosamente hasta perderse en la espesura de los árboles.
El bullicio de la noche se hizo más intenso cuando se unió a esta sinfonía silvestre los zumbidos de insectos y los rugidos de fieras que fueron creando imágenes fantásticas en el sueño de la niña Maya y del niño de los Andes.
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Por fin llegaron a un claro situado frente a una imponente pirámide de piedra, a Emil le hizo recuerdo a sus amadas montañas andinas.
Se subieron a un árbol y vieron pasar por el angosto camino a la mamá jaguar con sus tres cachorros.
Se mantuvieron en tal silencio que se olvidaron de respirar y cuando vieron que ya casi los habían perdido de vista, su amigo jaguar se dio la vuelta suavemente con aquellos ojos de luna y les dirigió una cariñosa mirada.
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Reconoció al verlo de espaldas, al sumo sacerdote cubierto con una bella y colorida capa y coronado con un penacho de plumas como si fuera un Quetzal. Al sentir al niño, con voz suave de viejo le dijo:
- Te he esperado por muchas lunas, me complace tu presencia.
- ¿Cómo puedo ayudar al pueblo Maya? Sé mucho de su cultura, fue mi tema favorito en el colegio. Sólo tiene que decirme y lo haré.
- Debes invocar al dios de la lluvia, él se ha enamorado de los Andes y se ha olvidado de las tierras mayas. Tu eres el lazo entre los valles andinos y nuestras tierras bajas resecas por su olvido.
El sacerdote dirigió la atención del niño hacia una piedra azul que sugería la belleza del sagrado lago Titicaca y, junto a ésta, había una pequeña pirámide maya.
Emil comprendió que estas las dos culturas estaban unidas por la magia de sus habitantes y sus monumentos construidos en piedra. Invocó en silencio al dios de la lluvia para recordarle que debía dejar por un tiempo los fértiles valles andinos y recorrer América del Sur hasta llegar a la Península de Yucatán, que no había recibido gota alguna desde hace más de diez lunas llenas.
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Emil dejó el recinto sagrado para contemplar desde la cima aquel acontecimiento jovial. Vio al pueblo Maya celebrando como si todos fueran un solo elemento, danzando con la lluvia con desbordante alegría.
Pensó que todo había sido un sueño, un hermoso sueño, sin duda. Entonces vio en el choclo a su amiga Yalit, la princesita maya, quien le guiñó sonriendo dulcemente.
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